Jean Buridán fue un filósofo escolástico francés del siglo XIV, discípulo de Guillermo de Ockham y uno de los pioneros del escepticismo en Europa. Si bien su trabajo se desarrolló sobre todo en el estudio de la física del movimiento, campo en el que aportó el concepto de ímpetus o momento inercial, por lo que es más conocido es por la paradoja del «asno de Buridán«, la cual sus detractores imaginaron para combatir sus ideas deterministas, en las cuales consideraba la inacción como una opción válida del libre albedrío ante un dilema electivo. Según esta paradoja, si situáramos a un asno hambriento a distancia equidistante de dos montones de heno iguales, y dicho asno sólo actuara motivado por causas racionales, dado que no podría elegir cuál de ellos es mejor, se moriría de hambre. Dejando a un lado la evidente imposibilidad de confirmar experimentalmente la situación con un asno real, lo que veo más interesante de esta paradoja es que si nos detenemos a pensar un rato en ella, enseguida encontramos muchas conexiones con situaciones reales de nuestra vida (por ejemplo eligiendo qué distribución de linux nos vamos a instalar en el ordenador… ¿tenemos realmente motivaciones racionales para elegir una u otra?).
La idea sobre la que se sustenta toda la discusión es que si todas las elecciones que realizamos en la vida las hacemos siguiendo una motivación racional, cuando nos encontremos ante un dilema en el cual no tengamos argumentos racionales para elegir una opción u otra, no deberíamos hacer nada. Pero claro, entonces, igual que el imaginario asno, podríamos morir de hambre. Una salida es considerar que, si realmente ambas opciones son equivalentes, utilizar el azar es un criterio válido para la decisión, pues cualquier opción que resulte elegida podría satisfacer nuestros intereses.
Pero si todas nuestras decisiones las tomamos eligiendo racionalmente lo que es más conveniente, necesario o atractivo para nosotros, esto quiere decir que nuestras decisiones no son en realidad libres, pues las tomamos siguiendo el dictado de nuestras necesidades, gustos o conveniencias. Para poder tomar libremente una decisión, entonces, tendríamos que previamente liberarnos de todas nuestras esclavitudes, tanto materiales como económicas o meramente personales. Pero claro, llegado ese momento, ambas opciones se nos aparecerían como indistinguibles y entonces, para no morir como asnos, elegiríamos una al azar. Es decir, que cuando realmente somos libres es cuando elegimos al azar. Curioso.
Parece que nuestra libertad no radica sólo en la capacidad de elegir, sino en qué elegimos y en por qué lo hacemos. Tal vez consideramos que “somos libres” cuando sentimos que sólo somos esclavos de nosotros mismos.
Es evidente que, desde un punto de vista académico estricto (¿filosófico?), no somos -seremos- libres «nunca», dado que, «per se», tenemos un sinfín de condicionamientos genéticos y culturales…., pero eso no quiere decir que no podamos «intentar» tomar decisiones propias; unas decisiones que necesariamente cabalgarán un poco entre el escrutinio racional -¿racional?- y el de los sentimientos -personal, único y particular en cada uno de nosotros- que, al menos, nos hagan imaginar que decidimos más o menos «libremente».
Lo que es indiscutible es que, para que eso pueda producirse, es fundamental que todo el mundo tenga acceso a la cultura. Sin ello, no podremos «intentar» ser libres jamás. Sin esa condición, nunca tendremos acceso a la libertad y siempre dependeremos de una élite, una parte selecta del colectivo…., una «casta repugnante» .
Sí. El que conoce de qué estan hechas sus cadenas es más libre que el que ni siquiera es capaz de verlas, pues sabe que algún día podrá romperlas. Y sobre todo, sabe quiénes las crearon y para qué. La ignorancia de los de abajo tiene un propósito, por eso se fomenta desde arriba.